Dios recorría el mundo después de la creación cuando al pasar por el desierto escuchó los gritos y el llanto de un beduino.
Al preguntarle porque lloraba, el árabe le respondió:
Vi las riquezas que los otros pueblos ganaron y para mí solo me diste arenas.
Dios percibió que no había sido justo en la distribución de los bienes de la tierra, y le dijo:
No llores más, te voy a compensar dándote un regalo que no le di a ningún pueblo. Y tomando con la mano derecha al viento del sur que pasaba, dijo:
¡Plásmate, viento del sur! Voy a hacer de ti una nueva criatura.
Serás mi regalo y el símbolo de amor a mi pueblo.
Para que seas único y que nunca te confundan con las bestias, tendrás:
La mirada del águila, el coraje del león y la velocidad de la pantera.
Del elefante te doy la memoria, del tigre la fuerza, de la gacela la elegancia.
Tus cascos tendrán la dureza de la sílice y tu pelo la suavidad del plumaje de la paloma.
Saltarás más que el gamo, y tendrás del lobo el faro. Serán tuyos los ojos del leopardo por la noche, y te orientarás como el halcón, que siempre vuelve a su origen. Serás incansable como el camello, y tendrás del perro el amor a su dueño.
Y finalmente, caballo, como un regalo mío al hacerte caballo y hacerte árabe, te doy para que seas único:
La belleza de la Reina y la majestad del Rey.
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