sábado, 30 de abril de 2011

UN VIEJO MENSAJE PARA EL MUNDO MODERNO.PUEBLOS ORIGINARIOS

Carta del Jefe indio Seattle a Franklin Pierce, Presidente de los Estados Unidos de América (1853-1857)





En 1854, Franklin Pierce, "el Gran Jefe de Washington", hizo una oferta por una gran extensión de tierras indias, prometiendo crear una "reserva" para el pueblo indígena. La respuesta del Jefe Seattle, más allá de su extraordinaria belleza, se ha convertido en un manifiesto clásico a favor del respeto al medio ambiente.
Hoy la civilización de los indios que habitaban norteamericana ha desaparecido, como habían desaparecido antes la civilización de los Mayas y los Incas. El mensaje del viejo Piel Roja tiene mucho que enseñarnos sobre el respeto hacia el medio ambiente que mostraba su pueblo. En nuestros días todos conocemos los peligros que amenazan nuestras vidas debido a la destrucción del medio ambiente. Desde este punto de vista el contenido de este texto es profético y de gran actualidad.
El gran jefe de Washington nos comunica que quiere comprar nuestras tierras. El gran jefe nos envía también palabras amistosas y buenos deseos. Esto es amable de su parte, puesto que nosotros sabemos que él tiene muy poca necesidad de nuestra amistad. Su propuesta la vamos a estudiar, porque estamos seguros de que si no lo hacemos así, pueden los blancos llegar con sus armas y tomar nuestras tierras. El gran jefe de Washington puede contar con la palabra del gran jefe Seattle, como pueden nuestros hermanos blancos contar con el retorno de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas, nada ocultan.
¿Como se puede comprar o vender el firmamento, el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida.
Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos?
Cada lugar de esta tierra es sagrado para mi pueblo, cada brillante hoja de pino, cada granito de arena en las playas, cada gota de rocío, cada sombra y cada claridad en el bosque, y hasta el sonido de cada insecto que revolotea es, en la memoria y en la experiencia de mi pueblo, sagrado.
La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas. Los muertos del hombre blanco se olvidan de su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas, en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas.
Somos parte de la tierra y asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para nosotros. El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente el agua, sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos nuestras tierras, deben recordar que es sagrada y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes.
El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa.
Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre la tierra, y a su hermano el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su avaricia devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto.
No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay un sitio donde escuchar como se abren las hojas de los árboles en primavera o como aletean los insectos. Pero quizás también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo ¿Para que sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotocabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos.
El aire tiene un valor inestimable para el piel roja ya que todos los seres comparten un mismo aliento - la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire no es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.
Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré condiciones: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.
¿Que sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que le sucede a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado. Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos. Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra.
El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que Él les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. Él es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco.
Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirían, quizás antes que las demás tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos. Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja.
Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos porqué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborran el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Donde está el matorral? Destruido. ¿Donde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.
Si supiéramos, puede ser que entendiéramos - si supiéramos los sueños de los blancos. Las esperanzas que describen a sus hijos las largas noches del invierno. Los ideales que encienden en sus almas, de manera tal que de acuerdo a ellos caminen hacia el mañana. Pero nosotros somos salvajes. Nos están vedados los sueños de los blancos. Y ya que nos están vedados, seguiremos nuestro camino. Si llegamos a un acuerdo, lo haremos para asegurarnos las zonas protegidas que nos han ofrecido. Allí viviremos, puede ser, nuestros contados días como deseamos. Cuando el último piel roja falte de la tierra, y cuando de su memoria sólo quede la sombra de una nube que viaja en el campo, estas playas y estos bosques guardarán todavía los espíritus de mi pueblo - porque a ésta tierra la amamos, como el recién nacido ama el latido del corazón materno.
Si les vendemos nuestras tierras, deben quererla y respetarla como la quisimos y la respetamos nosotros, cuídenla como la cuidamos nosotros, mantengan viva en su memoria el recuerdo de esta tierra, como se encuentra en el momento que la reciben, y con todas sus fuerzas, con todo su grandioso poder, con todo su corazón, consérvenla para sus hijos, y quiéranla así como Dios nos quiere a todos. Una cosa sabemos - El Dios de ustedes es el mismo Dios de nosotros. Su Tierra le es muy preciada. Ni siquiera los blancos pueden librarse del destino común.


QUE SABIAS ESTAS PALABRAS Y QUE VIGENCIA TIENEN EN ESTE SIGLO XXI.


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